Esta orientación liberal cambió de signo cuando la oposición al régimen se hizo más amenazadora; la insurrección de Polonia (1863-64), el atentado contra el zar (1866) y la agitación populista de los narodniki(desde 1870) determinaron un giro reaccionario en la política de Alejandro, que se mantendría ya hasta el fin de su reinado: reforzó la censura, controló la enseñanza y persiguió a las minorías intelectuales de donde procedían las ideas renovadoras.
Al mismo tiempo, el zar desplegó una política exterior revisionista, a fin de recuperar la fuerza y el prestigio perdidos desde la Guerra de Crimea: Rusia expandió sus fronteras en el Cáucaso y en Asia central y, contando con la alianza de Persia (1866), amenazó la presencia británica en la India a través de Afganistán.
La derrota de Francia frente a Prusia en 1871 le dio la oportunidad para levantar algunas cláusulas del Tratado de París de 1856, recuperando el libre paso por el Bósforo (Conferencia de Londres, 1871); en los años siguientes, Rusia reforzó su posición internacional mediante su alianza con la Alemania de Bismarck (Alianza de los Tres Emperadores, 1873). En 1877 se permitió librar una nueva guerra contra el Imperio Otomano, que llevó al ejército ruso ante las puertas de Constantinopla; sólo la intervención inglesa impidió consumar la operación, precipitando la conclusión del Tratado de San Estéfano (1878).
La acción concertada de las potencias occidentales para detener el expansionismo ruso permitió que, tras el Congreso de Berlín de aquel mismo año, los turcos mantuvieran su presencia en Europa, si bien Rumania, Serbia y Montenegro obtuvieron la independencia. Tras sobrevivir a cuatro atentados frustrados -manifestación de la creciente violencia de la oposición contra su régimen- el zar murió asesinado por una bomba.
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